martes, 26 de agosto de 2025

EL DÍA QUE LE PEGARON A ASTIZ texto: HÉCTOR RODRIGO

*_El día que le pegaron a Alfredo Astiz: un golpe directo a la cara, una patada y el grito de “asesino”_*

Para que recuperemos la paz interior: — ¿Vos sos Astiz?
—Sí, ¿vos quién sos? —le contestó el hombre con desdén, mirando de costado y vestido con ropa de esquí, frente a una parada de ómnibus.
—Vos sos un hijo de puta que todavía tiene cara para andar caminando por la calle —le respondió irritado Alfredo Chávez. Diecisiete años antes había sido liberado del centro clandestino El Vesubio, en Buenos Aires, luego de pasar ocho meses secuestrado y desaparecido, torturado y con grilletes en sus pies, a sus 19 años. Ahora vivía en Bariloche junto a su familia, y esa mañana fría de invierno de 1995 no podía creer tener a mano a uno de los genocidas de la dictadura, fácilmente reconocible por cualquiera.
Muchas veces se había preguntado qué haría y cómo reaccionaría si un día, de casualidad —como ahora— tuviera delante suyo a uno de estos criminales, que tanto recordaba.
Chávez volvía de llevar a sus hijas a la escuela cuando lo vio parado en una esquina céntrica de la avenida Bustillo, la que lleva al Llao Llao. Pasó por allí dos veces con su vieja camioneta, hasta asegurarse que fuera él. Era.
Se bajó con el auto en marcha y caminó nervioso hasta tenerlo enfrente.
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El ex oficial de la Marina no atinó a frenar la primera trompada de Chávez. Le estalló en el medio de la cara. Astiz trastabilló y Chávez aprovechó para avanzar sin perder tiempo y volver a golpearlo, una y otra vez, con furia. Cada trompada iba a cuenta de algún compañero desaparecido. Recuerda que fue una catarata de golpes y patadas, y que le parecieron una eternidad. “Fue un desahogo, los criminales en la calle eran un clavo en el zapato, había que hacer algo”, contó más de una vez.
Astiz consiguió incorporarse y arrastró a su atacante hasta la mitad de la avenida. Los autos se detenían a observar la pelea. Chávez alcanzó a meterle los dedos en los ojos mientras lo insultaba desaforado. Hasta que un amigo que pasaba por allí bajó de su auto y lo separó. “Pará Chaveta, déjalo, déjalo”. 
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Ensangrentado y en el piso, Astiz no atinaba a salir del aturdimiento mientras escuchaba sos un cobarde, vos y tus compañeros, se cagaron en las patas frente a los ingleses sin ofrecer resistencia, asesinaste adolescentes por la espalada, secuestraste monjas y Madres para tirarlas vivas al mar, basura, criminal. 
Hasta que Chávez se cansó de humillarlo y su amigo se lo llevó, sacándolo de escena.
“Por gente como vos el país anda como anda”, fue lo único que atinó a decir desde el piso el hombre estrella de los grupos de tareas de la Marina. “Ese país” era el que en esos años tenía impunidad absoluta para todos ellos. El tiempo de la nulidad del Punto Final y la Obediencia Debida, el de los crímenes imprescriptibles, el de los vergonzosos indultos presidenciales.
Astiz, tambaleando, regresó al hotel donde se alojaba, acompañado de su novia. Era el Hotel Islas Malvinas, una mueca de la historia. Quedó “guardado” dos días, luego regresó a Buenos Aires en micro, de incógnito. Presentó una denuncia en la Justicia que no prosperó. Era la primera vez que ocurría algo así con un símbolo de la represión más brutal.
El episodio protagonizado por Luis Alfredo Chávez tomó vuelo mediático de inmediato. A pesar de la discreción que prefirió mantener (la televisión lo entrevistó pero de espaldas a la cámara) Hebe de Bonafini lo convenció de hacerlo público. Bautizaron el hecho como “La Piña de la Dignidad”. Llegó a conmemorarse durante años, cada setiembre, y hasta con recitales de La Renga en vivo.
Finalmente, llegó el tiempo de la decisión política de avanzar con los juicios y por ende con las condenas de lesa humanidad, sin que ocurriese en el país (hasta donde yo recuerde) un episodio similar.
El hombre que en los años más tenebrosos llegó a infiltrarse entre las Madres con nombre falso, el que marcó como Judas a los doce familiares de la iglesia de la Santa Cruz, el “valiente” que se rindió en Malvinas sin disparar un solo tiro, recibía hace tres años su segunda condena a cadena perpetua en la megacausa Esma. Mientras tanto, Dagmar Hagelin continúa desaparecida, al igual que –entre otros miles– las dos monjas francesas, Alice Domon y Léonie Duquet.
Hoy se cumplen 30 años de aquella piña impiadosa –y pertinente– en el Sur.
Texto: Héctor Rodríguez

martes, 12 de agosto de 2025

El Principito mi primer libro

Los domingos de mi infancia eran muy especiales porque ese día la familia se reunía a almorzar en mi casa. Abuelos, tíos, primas y algún colado que siempre era bien recibido se sentaban a la mesa a comer y charlar.

Antes de irse, ya pasada la hora de la merienda, mi abuela Adela tenía la costumbre de darme unas monedas para que me comprara golosinas en el kiosco de la otra cuadra. Yo, sintiéndome feliz las guardaba en un escondite secreto, ansiosa de que llegara el lunes pues entonces el kiosco estaría abierto y yo podría correr a comprar las historietas que tanto disfrutaba. La Pequeña Lulu, Batman, Superman, Periquita, Archie, Patoruzu, llenaban el estante bajo de mi mesa de luz.

Hasta que un día para mi cumpleaños mis tíos Mary y Pedro me regalaron un libro: “El Principito” de Saint-Exupery. Yo nunca había visto un libro con dibujos, sólo los de la escuela que eran muy aburridos, y en mi casa sólo había una gran colección de tapa azul que era de mi padre... Pero esto era otra cosa. Lo comencé a leer ese mismo día y un mundo nuevo se abrió para mí. Y fui descubriendo con el paso del tiempo que había muchos libros con dibujos y sin ellos y que cada uno de ellos me proponía un viaje, una aventura, una idea nueva. Dejé de comprar historietas (con excepción de “Mafalda”) y el viaje del Principito se convirtió en mi propio viaje. Fui una niña de cabellos de oro caminando solitaria conociendo la vida y sus muertes.

Desde entonces los libros fueron mis aliados todos los días de mi vida. Han sido y son puentes, castillos, paisajes y amigos que fueron apoyo en momentos terribles de mi viaje. Con ellos he construido el muro detrás del cual me escondo, he conocido autores de los que me he enamorado y otros que son mis mejores amigos.  

lunes, 11 de agosto de 2025

AGOSTO y JUAN

Todos los años lo mismo. El mes de agosto va creciendo dentro mío con una montaña de recuerdos y otra de pesares. Y resulta que pasaron 49 años.
Cuarentena y nueve!! Toda una vida. Y él, que no la pudo tener, se la sacaron. Lo asumo. Me siento culpable. Es una tontería porque no había nada que pudiera hacer. Pero desde mis entrañas me sale un desgarrón de grito que dice que fue mí culpa. Qué, cómo... No sé 
Pero es una vida. Y se me estruja el corazón. Dónde estás? Qué fue lo que pasó? Cómo no puedo saber nada? Por qué no me acuerdo de cosas que sería bueno recordar? 
Recuerdo si (cómo olvidarlos) tus ojos negros, tiernos, tu mirada profunda y dulce. Tu voz, que era igual a la de Guerrero Martineitz, una caricia, un ronroneo. Tu pelo oscuro, tu cuerpo entero... Te fallé, Juan. No te pude salvar. Pero créeme que no fue falta de amor. No sé ni qué pasó bien conmigo esa noche... Y las siguientes. Sé que fui una autómata y poco más. 
Me hubiera gustado ser tu mujer, sabés? Porque tu mansa forma de ser encaja perfecta con mis locuras. Y no te molestaba. Y no me importaba que tuvieras poca plata. A veces me pongo a imaginar cómo hubiera sido un futuro juntos. Otra tontería. Pero es un poco un consuelo a tanta melancolía y soledad. 

domingo, 10 de agosto de 2025

Sabidurías


NARRACIÓN ORAL

¿QUE ES LA NARRACIÓN ORAL?

Contar cuentos es un acto de comunicación, un intercambio entre quien narra y quien escucha. No es un acto pasivo, ya que ambos, narrador y público, permanecen atentos y abiertos a lo que sucede en y a través de los cuentos.
El cuentacuentos o narrador oral NO NARRA DE MEMORIA, NO LEE.  
Su trabajo, mi trabajo, se realiza después de haber entrado en contacto con el texto, haberlo integrado y resignificado. Se elige el cuento o la fábula, se desarma y se vuelve a armar. 
Después vienen los ensayos, las correcciones, el "vamos de nuevo". Esta es la etapa en la que el relato se consolida dentro del narrador y comienza a fluir, más tarde o mpás temprano. 
A través de la narración oral se trasmite conocimientos, tradiciones e información. 
Se entretiene a la vez que se estimula la imaginación, aliada indispensable para que lo contado y lo escuchado tenga sentido. Un sentido que es individual, es de cada uno. 
Porque no todos interpretamos las cosas de la misma manera. 
La narración oral nos conecta con nuestra historia y con la de los otros, con nuestras emociones y nuestra memoria. 
Es un sano ejercicio desde el punto de vista social e individual. 

Los dioses de la luz

LOS DIOSES DE LA LUZ

(Leyenda Mapuche)

Antes de que los Mapuches descubrieran como hacer el fuego, vivían en grutas de la montaña; "casa de piedra", las llamaban.
    Temerosos de las erupciones volcánicas y de los cataclismos, sus dioses y sus demonios eran luminosos. Entre estos, el poderoso Cheruve. Cuando se enojaba, llovían piedras y ríos de lava. A veces el Cheruve caía del cielo en forma de aerolito.
    Los Mapuches creían que sus antepasados revivían en la bóveda del cielo nocturno. Cada estrella era un antiguo abuelo iluminado que cazaba avestruces entre las galaxias.
    El Sol y la Luna daban vida a la Tierra como dioses buenos. Los llamaban Padre y Madre. Cada vez que salía el Sol, los saludaban. La Luna, al parecer cada veintiocho días, dividía el tiempo en meses.
    Al no tener fuego, porque no sabían encenderlo, devoraban crudos sus alimentos; para abrigarse en tiempo frío, se apiñaban en las noches con sus animales, perros salvajes y llamas que habían domesticado.
    Tenían horror a la oscuridad, era sigo de enfermedad y muerte.
    Se imaginaban cosas terribles.
    En una de esas grutas vivía una familia: Caleu, el padre, Mallén, la madre y Licán, la hijita.
    Una noche, Caleu se atrevió a mirar el cielo de sus antepasados y vió un signo nuevo, extraño, en el poniente: una enorme estrella con una cabellera dorada.
    Preocupado, no dijo nada a su mujer y tampoco a los indios que vivían en las grutas cercanas.
    Aquella luz celestial se parecía a la de los volcanes, ¿traería descargas?, ¿quemaría los bosques? Aunque Caleu guardó silencio, no tardaron en verla los demás indios. Hicieron reuniones para discutir que podría significar el hermoso signo del cielo. Decidieron vigilar por turno junto a sus grutas.
    El verano estaba llegando a su fin y las mujeres subieron una mañana muy temprano a buscar frutos de los bosques para tener comida en el tiempo frío.
    Mallén y su hijita Licán treparon también a la montaña.
    -Traeremos piñones dorados y avellanas rojas -dijo Mallén.
    -Traeremos raíces y pepinos del copihue -agregó Licán
    La niña acompaño otras veces a su madre en estas excursiones y se sentía feliz.
    -Vuelvan antes de que caiga la noche -les advirtió Caleu.
    -Si nos sorprende la noche, nos refugiaremos en una gruta que hay allá arriba, en los bosques -lo tranquilizó Mallén.
    Las mujeres llevaban canastos tejidos con enredaderas. Parecía una procesión de choroyes, conversando y riendo todo el camino.
    Allá arriba había gigantescas araucarias que dejaban caer lluvias de piñones. Y los avellanos lucían sus frutas redondas, pequeñas, rojas unas, color violeta y negras otras, según iban madurando.
   No supieron cómo pasaron las horas. El Sol empezó a bajar y cuando se dieron cuenta, estaba por ocultarse.
    Asustadas, las mujeres se echaron los canastos a la espalda y tomaron a sus niños de la mano.
    -¡Bajemos, bajemos! -se gritaban unas a otras.
    -No tendremos tiempo. Nos pillará la noche y en la oscuridad nos perderemos para siempre -advirtió Mallén.
    -¿Qué haremos entonces? -dijo la abuela Collalla, que no por ser la más vieja, era la más valiente.
    -Yo sé donde hay una gruta por aquí cerca, no tenga miedo, abuela -dijo Mallén.
    Guió a las mujeres con sus niños por un sendero rocoso. Sin embargo, al llegar a la gruta, ya era de noche. Vieron en el cielo del poniente la gran estrella con su cola dorada.
    La abuela Collalla se asustó mucho. -Esa estrella nos trae un mensaje de nuestros antepasados que viven en la bóveda del cielo -exclamó.
    Licán se aferró a las faldas de su madre y lo mismo hicieron los demás niños.
    -Vamos, entremos a la gruta y dormiremos bien juntas para que se nos pase el miedo -dijo Mallén.
    -Eso sería lo mejor, murmuró Collalla, temblorosa.
    Ella conocía viejas historias, había visto reventarse volcanes, derrumbarse montañas, inundaciones, incendios de bosques enteros.
    No bien entraron a la gruta, un profundo ruido subterráneo las hizo abrazarse invocando al Sol y la Luna, sus espíritus protectores.
    Al ruido siguió un espantoso temblor que hizo caer cascajos del techo de la gruta. El grupo se arrinconó, aterrorizado.
    Cuando pasó el terremoto, la montaña siguió estremeciéndose como el cuerpo de un animal nervioso.
    Las mujeres palparon a sus hijos, no, nadie estaba herido. Respiraron un poco y miraron hacia las boca blanquecina de la gruta: por delante de ella cayó una lluvia de piedras que al chocar echaban chispas.
    -¡Miren! -gritó Collalla. ¡Piedras de luz! Nuestros antepasados nos mandan este regalo.
    Cómo luciérnagas de un instante, las piedras rodaron cerro abajo y con sus chispas encendieron un enorme coihue seco que se erguía al fondo de una quebrada.
    El fuego iluminó la noche y las mujeres se tranquilizaron al ver la luz.
    -La estrella con su espíritu protector mandó el fuego para que no tengamos miedo -dijo la abuela Collalla riendo.
    Niños y mujeres también rieron, aplaudiendo el fuego.
    El grupo silencioso contempló las llamas como si fueran el mismo Padre Sol que hubiera venido a acompañarlas.
    Se sentaron junto a la gruta, oyendo crepitar las llamas como música desconocida.
    Al rato, llegaron los hombres desafiando las tinieblas por buscar a sus niños y mujeres.
    Caleu se acercó al incendio y cogió una llama ardiente; los otros lo imitaron y una procesión centelleante bajó de los cerros hasta sus casas.
    Por el camino iban encendiendo otras ramas para guiarse.
    Al otro día, oyendo el relato de las piedras que lanzaban chispas, los indios subieron a recogerlas y al frotarlas junto a ramas secas lograron encender pequeñas fogatas.
 
    Habían descubierto el pedernal. Habían descubierto cómo hacer el fuego.
    Desde entonces, los Mapuches tuvieron fuego para alumbrar sus noches, calentarse y cocer sus alimentos
Vocabulario:

Coihue: Árbol de gran elevación y de madera semejante a la del roble. Crece en Chile, Perú y Argentina.
Copihue: Planta trepadora de tallo voluble que da hermosas flores rojas o blancas o rosadas o rojas y blancas. Es la flor nacional de Chile.
Choroy: Especie de papagayo, término medio entre el loro y la catita.
Piñon: Fruto de la araucaria, árbol del sur de Chile. Similar a una almendra dulce, es muy alimenticio.

ESPEJO (microcuento)

 Mientras me cepillo los dientes me miro en el espejo del baño. Hay días en los que el reflejo no aparece y tiemblo ¿acaso no habré sobrevivido? Pero como soy una mujer, o sea, una guerrera, y tengo la piel más gruesa por las batallas libradas, sé que el reflejo aparecerá al día siguiente o más tarde. 

EL DÍA QUE LE PEGARON A ASTIZ texto: HÉCTOR RODRIGO

*_El día que le pegaron a Alfredo Astiz: un golpe directo a la cara, una patada y el grito de “asesino”_* Para que recuperemos la paz interi...