Mario terminó el secundario dos años antes que yo y se inscribió en la facultad de agronomía de la UBA. Se mudo al departamento de su tío en Buenos Aires y nos pudimos ver más seguido.
Ese mismo año, 1974, me cambiaron de colegio por fin. Me liberé de las monjas y fui a un colegio mixto dejando atrás a gente que me había maltratado mucho. Por fin hice nuevas amistades y me fue muy bien.
Pero en 1975 Mario fue diagnosticado con cáncer en los ganglios y eso marcó un giro. Su familia lo llevó a Paraná a iniciar un tratamiento. Pero volvió un par de veces en busca de un milagro, creo yo. Alguien le había dicho que un cura sanador... Nada cambió y volvió a Paraná. Yo terminaba el secundario ese año. Me llegaban pocas y malas noticias a través de su tío y en noviembre me escapé para verlo. Sabía que sería nuestro último encuentro. Ambos lo sabíamos pero no importaba. Por tres días me senté en el borde de su cama en el hospital, sosteniendo su mano y charlando con él, que por suerte estaba lúcido pero débil.
Cuando llegó el momento de despedirme le dí el que sabía sería su último beso, cerrando así una historias pero no la memoria
Mario murió el 17 de enero de 1976. Yo me enteré a fines de ese mes porque mi familia decidió mantenerme desinformada durante las vacaciones. Nunca se los perdonaré.
Guardo el más tierno y dulce recuerdo de Mario, de nuestras charlas, de nuestros labios. Lo lloré y aún hoy, más de cuarenta años después lo lloro.
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